:: TRES ::


Los días transcurrían monótonos y solo alguna especia venida de repente ponía sal en los ojos. Era constante el triunfo del horario sobre mis movimientos. Dormir, comer, caminar al trabajo, encontrarme los mismos rostros y decirles siempre las mismas palabras, caminar hasta la casa, comer, dormir… en esas circunstancias era muy complicado alumbrar alguna salida, pero la cabeza buscaba esquinas en las que acogerse a un resquicio de luz. No me iba mal, la verdad, si mis mimbres pudieran reducirse a una vida sosegada y a esa cosa tan occidental del ‘tener’, pero sentía un vértigo de ramas que a veces se me hacía insoportable.
Aún no sabía que Lucía existiese, aunque quizás la presentía en mis sueños más lúbricos… incluso en las esquinas de las calles, por las noches, cuando llegaba tarde del trabajo para tumbarme como una longaniza en el sofá.
Si la hubiera tenido unos años antes metida entre los ojos, como ahora, metida justito debajo de la piel o en la boca… o entre las manos cerradas… no habría perdido esos años tan valiosos… pero lo mismo todo hubiera sido de otra manera… peor, no sé.
Entre las tareas diarias, monótonas hasta el asco casi todas, estaba la de preguntarle cada día a Casiana por mis padres, a los que vigilaba de lejos intentando otorgarles la falsa libertad de mi distancia. Casiana era la reina del detalle, pero también de la fabulación ¬–no en vano había crecido en un mundo de dislates, con la mezcla chamánica del indio y el más moderno encaje tecnológico…

- Su padre está rebelde, don Enrique, no me quiere comer las ensaladas, porque tienen cebolla y no le gusta. Le vendrían muy bien sus componentes a la salud y a la cabeza, pero no quiere… y yo le ‘asuso’ y le molesto para empujarle un poco y que la consuma por ‘vergüensa’, pero no encuentro forma… se despierta temprano y sube el volumen del radio hasta su tope… yo le aviso de que molestará a los vecinos, pero gruñe y no me hace caso… entonces me ve enemiga, se lo noto en los ojos, y eso no me gusta, porque yo le respeto como mi mismo papito… lavarse, tampoco quiere cuando toca y me hace perseguirle por la casa hasta que se me aburre y ‘acsede’ a asomarse al agua, pero solo asomarse, don Enrique… yo le digo que levantará mal olor si no se lava, pero siempre me dice que me tape la ‘naris’ mientras se burla… Su madre, ya lo sabe, cada día con un ‘piquito’ menos de memoria, que tengo que andar vigilante, pues derrama lejía en los frijones en su afán de ayudarme en la cocina o me lava los platos con el cepillo dental… siempre tengo que andar tras de ella por miedo a que se pierda o se lastime… ¿recuerda el día que salió a la escalera con la ropa de dormir?... pues sigue en ello empeñada, don Enrique, pero tengo cerrados los pestillos y se queda en la puerta muy quietita, como esperando a que la puertita se abra sola… se hace querer su madre, don Enrique, porque es como una niña pequeñita, como un bebito lindo… pero hay que estar sobre ella todo el tiempo, ¿sabe? …

Los partes de Casiana eran el acicate de mis vuelos, su acento siseante, su sonrisa franquísima y hasta quizás morbosa, sus gestos –que parecían de la Italia del Sur–, su porte desatado…

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